¿Cuánto duraría esta travesía? Sólo el tiempo
lo delimitaría, en una pocas palabras, acomódate
en el asiento y deja que el viaje transcurra. Así empezaba una parte de
nuestra historia:
-La negación: “No, esto no puede estarnos
pasando a nosotros”, “es imposible”, “ya pasará, y seremos una familia normal”;
“pero, ¿le entregué mi vida a Dios? Le he servido desde joven, digo, realmente
espero una recompensa, ser bendecida”;
“no, es una broma de la vida, mañana ya pasará; esto es sólo un sueño”.
-El enojo, el resentimiento, la envidia: “¿Por
qué a nosotros? ¿Será un castigo divino? ¿Una maldición heredada? ¿O Dios no
nos considera viables para la paternidad? ¿No somos idóneos? ¿Por qué ellos sí?
¿Por qué a ellos sí les estás cumpliendo su sueño tal cual: hasta planearon la
llegada de cada hijo y les funcionó!!! ¿Qué hicieron diferente a nosotros? Ah! Tal vez nosotros nos portamos
mal en algo y no nos ganamos tu bendición”. En
este periodo llegaron todos los porqués, los reclamos a Dios, a la vida, a
todos. Aprendí a expresarlos, a ponerles nombre y dejar que salieran. Aprendí a
amarme en la irracionalidad del porqué.
-El regateo: “Bueno, y como ves Dios, ya
llevamos una alimentación adecuada, estamos ejercitándonos, y tomamos
suplementos alimenticios, entonces ahora sí?” “No crees que ya merecemos ser
padres. Nos hemos ganado el derecho”. “A
ver veamos, calcular los días fértiles, revisar las fechas exactas, los probables
cambios, hacer esto y aquello, entonces listo, ya estamos preparados”. Hoy
recuerdo esos momentos de estrés, calcula, revisa, concluye, haz, no hagas,
entonces y sólo entonces nuestros cuerpos responderán. Ah! Y no te estreses por favor! (Absurdo, ¿no
lo crees?).
-Y luego la depresión, la tristeza y la
culpa lo pintan todo “no soy capaz de darle un hijo a mi esposo, él tan bueno,
se merece lo mejor, y mírenme a mí, una esposa estéril; donde está la promesa
del hombre justo alrededor de su mesa, con sus hijos y su esposa (fértil, por
supuesto); entonces, sí soy culpable”. “Entonces no tengo valor si no soy
mamá”. Y claro, los comentarios que te van acompañando: “ya pasará; animo, ya
verán…” Comentarios bien intencionados que
“quisieran ayudar” pero no hacen más que hundirte en la culpa y el desánimo.
Una
vorágine de emociones yendo y viniendo.
Enojo, negación, depresión, regateo; luego regateo, depresión, negación,
enojo. Aprendí a no tenerles miedo. Las hice mis amigas, las abracé, escuché lo
que cada una tenía que enseñarme, y luego, tiempo después, las dejaba
partir. Me alejé un poco de quien me
apresuraba a salir de eso. Aprendí a ser paciente conmigo misma.
Al tiempo
le permití transcurrir. El tiempo en
esto no lo delimita la madurez, la fe, los valores, no, aquí no hay tiempo definido;
aquí sólo importa que el corazón vaya sanando y la esperanza vuelva a resurgir.
Aquí solo cuenta tener ese apoyo que
te ame incondicionalmente, sin presiones, sin expectativas, sin prisas. Que te permita vivir la travesía. Ese amor incondicional que abraza sin
exigencias, que cobija y te permite crecer, y que favorece, ayudando a poner
los cimientos que te permitirán llegar a la siguiente etapa, la aceptación.
Continuará esta travesía...
Te mando un gran abrazo Lorena! Con mucha luz ;)
ResponderEliminar